La Biblia de Wittenberg (1534) y el legado de Martín Lutero
Hans Lufft (1495-1584) fue un editor e impresor alemán, conocido con el sobrenombre del "impresor bíblico" por haber llevado a cabo la primera impresión completa de la Biblia de Lutero, publicada en la ciudad de Wittenberg en 1534. Esta edición estaba formada por dos volúmenes en cuarto, y contaba con los grabados a todo color de Lucas Cranach. Lufft imprimió en los siguientes cuarenta años más de cien mil ejemplares de la llamada Biblia Germánica, así como otras obras de Lutero.
Poco tiempo después de la publicación de sus 95 tesis en 1517, Martín Lutero emprendió la tarea de traducir la Biblia al alemán. Su versión del Nuevo Testamento se publicó en 1522, pero no fue hasta 1534 cuando se puso a disposición del gran público la edición completa de las Sagradas Escrituras en lengua vernácula, consolidando así el impulso de la Reforma. Lutero había empezado a trabajar en la Biblia inmediatamente después de su encontronazo con las autoridades imperiales durante la Dieta de Worms, en abril de 1521. Como consecuencia de este incidente, se le conminó a abandonar la ciudad, de modo que se dirigió hacia el castillo de Wartburg, cerca de Eisenach, en la actual Turingia. Allí cambió de aspecto y adoptó la identidad de un terrateniente.
Al cabo de un mes, ya había empezado a traducir las Epístolas y los Evangelios, dándolos por concluidos en marzo de 1522. Así pues, en septiembre de ese mismo año se publicó su traducción del Nuevo Testamento, de la cual se vendieron nada menos que cinco mil ejemplares durante los dos primeros meses en el mercado.
Tras haber trabajado hasta entonces en total soledad, Lutero formó un equipo de traductores (entre los que había colegas, universitarios y rabinos) para que le ayudaran a revisar el primer borrador y a preparar su traducción del Antiguo Testamento. La llamada Biblia de Wittenberg, que contiene el Nuevo y el Antiguo Testamento, no fue publicada hasta 1534. La última revisión que efectuó Lutero de sus versiones data de 1545, justo un año antes de su muerte.
La traducción de Lutero se convirtió en un auténtico fenómeno editorial y sociológico. De la Biblia de Wittenberg se vendieron cerca de cien mil ejemplares durante los primeros treinta años desde la fecha de su publicación, y durante generaciones fue una guía para el aprendizaje del alemán entre los niños.
Uno de los elementos adicionales que añaden interés a la Biblia de Wittenberg, aparte de su valor histórico, teológico y lingüístico, son las xilografías que realizó Lucas Cranach para esta edición. Cranach nació en 1473 y su padre, que también fue pintor, le inculcó los principios básicos de su arte. En 1501 se trasladó a Viena, y en 1505 fue aceptado como pintor en la corte de Federico el Sabio, permaneciendo al servicio de palacio hasta su muerte en 1553 y realizando retratos de la familia real, grabados en madera de torneos y jornadas de caza, decorando los salones de los castillos de Sajonia, etc. Aun así, combinó esta tarea con la que realizaba para otros clientes de postín en su propio taller, instalado en la ciudad de Wittenberg. Uno de los subgéneros que le reportaron una especial celebridad fueron sus desnudos, entre los que se cuentan los de Adán y Eva, Lucrecia y Venus.
A pesar del gran número de imágenes seculares que salieron de sus pinceles y buriles, a Lucas Cranach se le recuerda sobre todo como el pintor de la Reforma, ya que retrató a mucho de los reformadores, ilustró sus escritos e incluso contribuyó en la impresión del Nuevo Testamento publicado en 1522. Cranach era amigo personal de Lutero, así que no es de extrañar que le retratase en varias ocasiones y, ante la perspectiva de publicar la traducción completa de la Biblia, en 1534, éste recurriese a él para enriquecerla con sus extraordinarios grabados en madera.
Aparte de un sensacional frontispicio a toda página, justamente célebre, en el que aparece Dios Padre contemplando desde arriba y desde fuera el orbe que acaba de crear, Cranach dibujó, grabó e iluminó varias decenas de pasajes de ambos Testamentos, en un formato apaisado que ocupaba un tercio del folio, así como centenares de iniciales, muchas de ellas ornamentadas con todo tipo de figuras y motivos. El trazo preciso y claro, su sentido de la composición y un extraordinario uso del color convierten sus grabados bíblicos en una de las cumbres de la iconografía religiosa de todos los tiempos, sólo a la altura de Hans Holbein, Alberto Durero o Mateo Merian.