Marcantonio Raimondi (1480–1534) fue un grabador italiano conocido por ser el primer impresor de relevancia cuya obra principal consistió, esencialmente, en grabar copias de creaciones pictóricas ajenas. Asimismo, sistematizó una técnica de grabado que se impuso como dominante durante décadas, tanto como su país como en el resto de Europa. Raimondi, que nació en un pueblo cercano a Bolonia, inició su formación en el taller del dorador y pintor Francesco Raibolini. No se tiene constancia documental de que ejecutase obras pictóricas originales, aunque sí sobreviven algunos de sus dibujos. Su primer grabado datado, Píramo y Tisbe, se remonta a 1505, a pesar de que existen numerosas obras no datadas anteriores a ella. Entre 1505 y 1511 grabó cerca de 80 estampas sobre una amplia variedad de temáticas, desde la mitología pagaba hasta escenas religiosas. En estas obras tempranas se basaba en sus propias composiciones, en las cuales combinaba elementos de procedencia francesa con influencias del norte de Italia.
José explicando el sueño a sus hermanos (a partir de Rafael) |
Al igual que todos sus colegas, Raimondi acusó el enorme impacto de los grabados de Durero, que por aquel entonces gozaban de una extraordinaria difusión por todo el continente. De Durero Raimondi tomó en préstamo elementos paisajísticos y ciertos aspectos técnicos; asimismo, realizó copias de sus grabados en madera, como es el caso de la serie de estampas sobre la Vida de la Virgen. Hay que destacar que Durero estuvo en Bolonia en el año 1506, por lo que no se puede descartar que hubiese un encuentro entre ambos artistas. Lo cierto es que el propio Durero elevó una queja a las autoridades venecianas, ya que Raimondi no sólo se limitaba a copiar sus grabados (lo cual era habitual en su época), sino que además incluía en ellas, de manera ilícita, su célebre monograma, lo cual constituye uno de los primeros casos documentados en los que un artista luchase por proteger la propiedad intelectual de su obra.
Jesús curando a un ciego |
Hacia 1510, Raimondi viajó a Roma para incorporarse al círculo de artistas que se había formado en torno a Rafael de Urbino, cuya influencia se dejó notar en la serie de grabados titulados Los escaladores, en los cuales reprodujo parcialmente la Batalla de Cascina, de Miguel Ángel. Tras grabar uno de los lienzos de Rafael, titulado Lucrecia, éste lo tomó bajo su tutela personal, iniciándose así una de las colaboraciones más fructíferas y celebradas entre un artista pintor y un grabador. Tras la inauguración del establecimiento Il Baviera, Raimondi se puso a la cabeza de un próspero negocio de impresión de estampas, así como de formación de otros artistas grabadores, entre los que se encuentran Marco Dente, Giovanni Jacopo Caraglio y Agostino de Musi. Raimondi y sus pupilos grabaron numerosas estampas inspirándose en las obras de Rafael incluso después de su muerte, acaecida en 1520, las cuales no siempre se limitaba a transponer a la plancha el lienzo terminado, sino que con frecuencia partía de los esbozos y borradores que había tenido oportunidad de conocer de primera mano, dada su cercanía al artista. Este método de trabajo originó una amplia variedad de versiones sobre un mismo tema, lo cual cosechó un moderado éxito social y de público.
En 1524, Raimondi sufrió pena de prisión por un ciclo de grabados eróticos a partir de los dibujos de Giulio Romano y los sonetos de Pietro Aretino. Gracias a la intercesión del cardenal Hipólito de Medici fue liberado, empezando a trabajar a continuación en la plancha del Martirologio de San Lorenzo, a partir de la obra de Baccio Bandinelli. Durante el saco de Roma por parte de las tropas de Carlos V, tuvo que pagar una fuerte suma de dinero para conservar su libertad, lo cual le llevó a la pobreza y supuso el inicio de su declive artístico y personal.
A Marcantoni Raimondi el arte del grabado le debe, entre otras cosas, los primeros estudios serios sobre la resolución del claroscuro y la delimitación de los planos a través de las gradaciones tonales, si bien el propio artista acabó decantándose por abundar en el trazo lineal que acabaría degenerando en cierto escolasticismo académico, rígido y decorativista, en perjuicio de los elementos expresivos de la disciplina.
En 1524, Raimondi sufrió pena de prisión por un ciclo de grabados eróticos a partir de los dibujos de Giulio Romano y los sonetos de Pietro Aretino. Gracias a la intercesión del cardenal Hipólito de Medici fue liberado, empezando a trabajar a continuación en la plancha del Martirologio de San Lorenzo, a partir de la obra de Baccio Bandinelli. Durante el saco de Roma por parte de las tropas de Carlos V, tuvo que pagar una fuerte suma de dinero para conservar su libertad, lo cual le llevó a la pobreza y supuso el inicio de su declive artístico y personal.
A Marcantoni Raimondi el arte del grabado le debe, entre otras cosas, los primeros estudios serios sobre la resolución del claroscuro y la delimitación de los planos a través de las gradaciones tonales, si bien el propio artista acabó decantándose por abundar en el trazo lineal que acabaría degenerando en cierto escolasticismo académico, rígido y decorativista, en perjuicio de los elementos expresivos de la disciplina.
Entre sus principales grabados de temática bíblica, traemos a colación, entre otros, La masacre de los inocentes (1510), en el cual, junto a una composición algo pacata y esquemática, donde todos los protagonistas parecen ajustarse servilmente a las necesidades de claridad del artista, resulta destacable su habilidad en el trazo, magistral y maduro, así como la sabiduría en la reproducción del dinamismo corporal. No deja de sorprender que los ejecutores de la matanza, en lugar de rudos soldados ataviados con uniformes, sean imponentes atletas desnudos que parecen extraídos de una bucólica escena mitológica de inspiración helénica. Asimismo, el entorno arquitectónico remite antes a las clásicas ciudades-estado de la Italia renacentista que a una aldea de Oriente medio, lo cual no era extraño en una época a la cual (a despecho de su recién descubierta pasión por la Antigüedad) la fidelidad histórica parecía importarle bastante poco.