Cuando la ópera devora al Evangelio: los grabados bíblicos de Krauss


José Luis Trullo.- Johann Ulrich Krauss (1655-1719) fue un grabador y editor augsburgués perteneciente a una familia de artistas y artesanos, si bien su padre era carpintero. De él recibió los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para especializarse en el grabado en madera, pasando a continuación a integrarse en calidad de aprendiz en el taller de Melchior Küsel, discípulo a su vez y yerno de Mateo Merian. De este modo, el joven Krauss se inscribía en una noble estela de célebres grabadores, de cuyo talento perduran monumentos del género como los Iconos Bíblicos o la Biblia de 1630, respectivamente.

Como complemento de su formación, Krauss pasó algunos años en Viena, volviendo a su ciudad natal Augusta (capital de la región administrativa de Suabia) en 1685, casándose con una de las hijas de su maestro Küsel, Johanna Sybilla. Éste había fallecido un año antes, por lo que Krauss heredó el establecimiento de impresión y, dos años después, publicó su primera obra: una reproducción de las Tapicerías del Rey, las cuales habían sido publicadas por primera vez en París, en 1679. Esta réplica fue grabada al aguafuerte por su esposa, Johanna Sybilla, quien había sido también instruida en las técnicas del grabado por su progenitor. En 1694 le siguió la obra titulada El águila bíblica y la obra de arte, abriendo el camino a una amplia serie de libros religiosos en cuya temática Krauss había desplegado ya un estilo propio visualmente reconocible.




Del taller de Krauss salieron abundantes transposiciones de grabados franceses de paisajes, jardines, retratos y arquitecturas, convirtiéndose en una referencia a escala continental. Había heredado de Küsel una amplia colección de grabados, la cual fue ampliando con los años y que le servía como referencia y fuente de inspiración para sus propias creaciones. En sus grabados, Krauss combinaba elementos de las más diversas procedencias, incluyendo a autores como Andrea Pozzo, Agostino Mitelli, Stefano della Bella, Sebastien Leclerc, Jean Lepautre, Daniel Marot o Hans Vredeman de Vries, así como sus inmediatos antecesores Merian y Küsel.

Aparte de sus afamadas reproducciones, produjo un sinfín de elementos ornamentales (como marcos y estelas) que fueron ampliamente copiados por pintores, doradores, carpinteros y tapiceros durante décadas, suponiendo una vía de síntesis entre sus referencias italianizantes y las nuevas corrientes versallescas que empezaban a imponerse en toda Europa.

Uno de los títulos señeros en la producción de Krauss es la Biblia histórica en imágenes, de la cual se imprimieron varias ediciones dada su gran aceptación. Publicada en cinco volúmenes, se trata de una obra compleja y monumental, donde se rompe la relativa monotonía del género de las biblias en imágenes (normalmente organizadas en sucesivas estampas que se ajustan a un formato único) para componer una imponente arquitectura visual distribuida en dos partes: una superior, en la que se ilustra un episodio de la Biblia en un formato más o menos convencional, con la inclusión de la cita textual a la que corresponde; y una inferior, de carácter emblemático, formada por escudos y medallones reflejando (o no) otros episodios de las Sagradas Escrituras, no necesariamente secundarios.




Tanto los diseños como la ejecución de los mismos por parte de Krauss son técnicamente magníficos, acusando la influencia evidente de su maestro Küsel, quien en sus Iconos bíblicos había alcanzado altísimas cotas de maestría artística. El trazo de Krauss es impecable; su composición, trufada de un intenso sentido dramático, como puede comprobarse en las escenas veterotestamentarias, donde los protagonistas aparecen sumidos en una naturaleza exuberante que les supera y abruma. Ciertamente, nos encontramos ante una de las cumbres del género, a la cual quizás cabría reprocharle cierta arbitrariedad a la hora de escoger los pasajes a ilustrar, lo cual resulta especialmente hiriente en el caso de los Evangelios, en cuyas estampas parece primar el interés efectista del autor por encima de la vocación espiritual y religiosa de la obra.




Afinando el análisis, podríamos también censurarle a la obra cierto carácter teatral, especialmente acusado en el caso de las viñetas donde se representa la vida de Jesús: la representación de las escenas evangélicas desdeña absolutamente, ya no la inspiración histórica de la misma, sino incluso el más elemental sentido común. Todo lo que en los grabados del Antiguo Testamento es abundancia vegetal y paisajística, con amplios escenarios y perspectivas profundas, en los del Nuevo Testamento se transforma en interiores planos y comprimidos, con aparatosos decorados casi operísticos. Se diría que a Krauss no le inspira demasiado el mensaje evangélico, al cual le dedica tan sólo una quinta parte de la obra completa. Es más, muchos de los pasajes más significativos y conmovedores de la singladura del nazareno (¡incluso la propia Resurrección!) se despachan en forma de diminutos medallones, en los cuales apenas se puede apreciar la plenitud del talento que el autor invierte en ellos.

El lector puede consultar esta obra en línea (íntegra y reproducida en una calidad muy apreciable) en este enlace.